lunes, 13 de diciembre de 2010
Enrique Morente
martes, 7 de diciembre de 2010
Camarón de la Isla
Esta es una foto inicial de Camarón de la Isla, el artista que pronto dejó atrás el nombre de su pueblo, pues su fama llegó a tanto que ya no necesitó adjetivos. Camarón de la Isla hubiera cumplido estos días pasados los 60 años pero murió mucho antes, por lo que esta foto de sus tiempos con Paco de Lucía, en el que se le ve tan joven y tan feliz, me parece mucho más acertada para recordarlo que otras ya más maduro, cuando el paso de la vida parecía haberlo marcado.
La Isla, según Camarón, se ha dividido en dos: una parte del pueblo no ha seguido nunca la carrera de Camarón, ni se ha sentido implicada en su trayectoria y ha vivido de espaldas al artista, a lo que significaba y a lo que significa. En su entierro, multitudinario, muchísima gente no era de La Isla. En La Isla, Camarón había dado algunas espantás famosas y mucha gente no era de su cuerda, no entendía mucho su forma de entender la profesión (no el cante, sino la profesión, que es diferente). Curiosamente, los flamencos más viejos no son camaroneros (o lógicamente), pero los jóvenes sí, los jóvenes son la verdadera fuerza de Camarón en su tierra, todavía hoy y entonces. Gente que no lo conoció en vida pero que toca la guitarrita y se acompaña de cantes que Camarón hacía y que son ahora el santo y seña de estos nuevos aficionados, no al flamenco, sino a Camarón. Porque Camarón tenía una legión de aficionados a los que solamente gustaba Camarón. Por eso, a través de Camarón no abrían la puerta de todo el flamenco, sino que se quedaban ahí, en el zaguán, camaroneros puros pero nada más.
La Peña Camarón de la Isla, en San Fernando, tiene un gran edificio y poco dinero. Parece ser que la crisis ha afectado a todo el mundo, incluidas las peñas, y en este aniversario no hay fondos para dispendios. En San Fernando hay otras peñas, al menos dos que yo recuerda, la tradicional y antigua Tertulia Flamenca de La Isla y la Peña Chano Lobato. Pero la peña de Camarón es la que tiene un mejor local y parece que, a pesar de los pesares y de la crisis, continúa intentando que Camarón no se olvide, aunque por eso no hay problemas, Camarón está ya en la historia. Su biógrafo, Enrique Montiel (uno de sus biógrafos, pero el más acertado), no me pareció nunca que estuviera de la orilla del flamenco, cuando lo conocí mientras estudiábamos Magisterio, pero, con el paso del tiempo, me enteré que se relacionaba con Camarón y que el flamenco le tiraba. A mí no, tengo que decirlo. En los años gloriosos de Camarón andaba yo en otras músicas y, cuando llegué al flamenco, no desembarqué en Camarón, porque aprendí directamente de otras fuentes que nada tenían que ver con su estética. Así que mi acercamiento a Camarón ha sido tardío y directo: sin intermediarios, solamente con su música.
Tengo que decir que me gusta la música de Camarón, tengo que decir que esa música tiene ahora mismo un gran problema: una legión de imitadores que van a convertirla en algo cansino. Hasta dentro de unos años Camarón no será un clásico, limpio de connotaciones externas que lo desvirtúan.
sábado, 4 de diciembre de 2010
Calixto Sánchez
sábado, 27 de noviembre de 2010
Pedro Bacán
miércoles, 24 de noviembre de 2010
José Mercé
Carmen Linares
lunes, 22 de noviembre de 2010
Miguel Poveda
domingo, 21 de noviembre de 2010
Flamenco real, flamenco oficial
Cualquier observador avisado notará enseguida la enorme diferencia que hay entre el flamenco oficial y el flamenco real. El flamenco real, en sus dos dimensiones, la privada y la pública, se mueve en unos parámetros que nada tienen que ver con lo que la oficialidad pregona, publica o defiende. El aficionado, sea del tipo que sea, espontáneo, esporádico o sistemático (esto parece tomado de una letrilla del carnaval de Cádiz, por el uso y abuso de las esdrújulas), se marca su propio compás, sabe lo que le gusta, lo que le emociona y lo que quiere escuchar. A veces es un aficionado a solas, que desarrolla su afición en el coche, en su casa o todo lo más, comentando sus gustos musicales con amigos. Hay mucho aficionado de tradición familiar y también mucho aficionado esporádico, que cae rendido con las saetas o que le gustan las zambombas en Navidad, las sevillanas o los fandangos. Los aficionados que actúan ya de forma organizada, que acuden a peñas o festivales, que hojean o leen revistas de flamenco, que compran discos, saben muy bien qué artistas son los que le ofrecen mayores oportunidades de disfrute y suelen ser celosos guardianes de la tradición y hasta defensores acérrimos de posturas encontradas a veces, todas ellas respetables, muchas de ellas dentro del más absoluto fanatismo. Pero, todos ellos, arriesgan su dinero, se gastan sus euros en lo que les gusta y, como es natural, nada que objetar a sus gustos o aficiones flamencas. Las peñas, lugares de socialización en los que el disfrute del flamenco se hace a pequeña escala, sobreviven como pueden con las aportaciones de sus socios y las inyecciones a modo de subvención que las federaciones o instituciones les aportan de vez en cuando. El debate, el diálogo, la discusión, son consustanciales a esta forma de degustar el flamenco de forma privada. Donde hay dos aficionados, suele haber pique y suele haber opiniones diferentes. Pero eso no es malo mientras que nadie quiera sentar cátedra. Por mucho que escribamos de flamenco, en el corazón y en el oído de la gente no hay quien mande.
Pero el flamenco oficial es otra cosa. Sus intenciones son escasamente percibidas por la mayoría de la gente y dependen del gusto o de la moda. En nuestra tierra, Andalucía, el flamenco oficial da y quita carta de naturaleza a los artistas, y, como es el mayor empresario, juega con ese poder de forma que, los que no están en el entorno de quienes mandan, a veces lo tienen difícil, complicado, hasta imposible. Ahora, por ejemplo, están de moda los montajes flamencos, los proyectos, los espectáculos mixtos (quién lo hubiera dicho, hace unos años, con lo que se criticaban) así que un señor solo, un cantaor o una cantaora, sentado en una silla con su guitarrista, vende poco o no vende nada a los ojos del poder. Con esta cuestión de la UNESCO todo el mundo ha venido a opinar del flamenco, ministros y consejeros, todos ellos flamencolizados al máximo, vienen a contarnos cómo son las cosas y a darnos clases de historia del cante. Los artistas esperan pacientemente que, tras la avalancha de declaraciones, vengan los dineros para los espectáculos, vengan las iniciativas y las ayudas. Pero yo no estaría tan segura. En tiempos de crisis la cultura es lo último que se atiende. Así que los flamencos mejor harían en convertirse ellos mismos en empresarios, al estilo de los antiguos, que arriesgaban su dinero, a veces lo poco que tenían, y no confiar en los políticos, que, al margen de la foto oficial, poco van a hacer por este arte. Aunque se crean que es suyo.
sábado, 20 de noviembre de 2010
Recordando a Vallejo en Gines
Patrimonio Inmaterial de la Humanidad ¿para qué sirve esto?
Para cerrar una etapa
(Ilustración: Pastora Imperio de José Villegas. Preciosísimo retrato)